lunes, 6 de octubre de 2008

Una muñeca

Algunas veces, no hoy por suerte, estoy tan enojada que me enoja mi enojo. Entonces, te quiero sacudir como a una muñeca de trapo o como a esos títeres enormes, más grandes que los humanos pero con rasgos entre infantiles y grotescos. Las dos somos eso: infantiles y grotescas, sólo que soy yo la que zamarrea y vos la sacudida. Pero mirá lo que son las cosas. En mi fantasía (no son imágenes, lo juro, son sólo fantasías) al romperte rompo el espejo en el que no me quiero ver. Te tomo de los hombros y en el movimiento frenético empiezan a caer duendes, hadas, seres de luz, violadores, dagas, insultadores inescrupulosos, almas que no encuentran destino y todos los cementerios con sus criptas, sus nichos, sus panteones, sus cruces, en una danza macabra y feliz, con esa felicidad, hermana, y ese dolor, hermana, con el que me contás que una parte de vos ya no es de este mundo.

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